lunes, 2 de junio de 2008

ESTADO Y EDUCACIÓN.

El Estado como Equilibrio y la Hegemonía de la Clase Dominante.
En este estudio se parte de la concepción gramsciana de que el Estado capitalista controla y desarrolla distintas instituciones en función de la construcción y consolidación de la hegemonía; es decir, el Estado busca la dominación y dirección económica, intelectual y moral de la sociedad, que posibilite la reproducción tanto del capital como del sistema social en su conjunto. No obstante, modo de producción capitalista implica la presencia de clases sociales, determinadas materialmente por su ubicación en las relaciones sociales de producción y por la estructura económica de la sociedad, siendo en esta base material en donde se inscriben tanto las posibilidades de dominio de una clase sobre otra, como las posibilidades de transformación de esta situación.
Asimismo, el dominio de una clase social sobre otra no se da sólo por la posición estructural, relegando al determinismo "en última instancia" los procesos de reproducción del orden social, sino que dada la complejidad de las múltiples contradicciones y sobredeterminaciones de estos procesos, es necesario ubicarlos dentro de la lógica de la reproducción social, lógica que implica plantear estos fenómenos al interior de un espacio social estratégico, en donde se ubica también la dominación y dirección a nivel político y cultural, es decir, la construcción y consolidación de una hegemonía económica, política y cultural de la clase dominante.
En la consolidación de esta hegemonía el Estado tiene un papel importante, dado que representa, material y simbólicamente, a un complejo de actividades teóricas y prácticas con las cuales la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que también logra obtener el consenso de los gobernados. Por lo tanto, el Estado así visto no debe ser considerado sólo como la sociedad política, una dictadura o un aparato coercitivo, sino "como un equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil" (Portanteiro, 1981: 223) o, en otras palabras, como la correlación de fuerzas entre las clases que coparticipan dentro de una determinada formación social (Poulantzas, 1969: 169 y ss.).
De ahí que, el Estado no debe concebirse como una cosa, un instrumento o una máquina, sino como una entidad relacional, es decir, como la condensación material de una relación de fuerza entre clases y fracciones de clase; sin embargo, descartar la concepción del Estado como instrumento de la clase dominante, no equivale a negar su naturaleza de clase, sólo significa que la naturaleza clasista del Estado debe buscarse en su función garantizadora y sancionadora de las instituciones y relaciones sociales que constituyen la condición estructural para el predominio de la clase dominante, a partir de una relación de poder, que se establece en este caso a través de la norma y de la disciplina.
Ahora bien, la supremacía o hegemonía de una clase se presenta bajo dos modalidades: como dominación y como dirección (Gruppi, 1978). La dominación es una variante del poder que se basa principalmente en la coersión e imposición; mientras que la dirección supone la competencia o autoridad de interpretar y representar los intereses de los grupos afines y aliados, a la vez que implica la habilidad de generar una convergencia ideológico-cultural generadora de consenso y legitimación. Conjugadas socialmente ambas modalidades se configuran en el elemento directriz de una voluntad colectiva acorde con los intereses de la clase dominante.
Así tenemos que, los dos conceptos base que caracterizan la hegemonía de una clase (dominación y dirección) convergen en las nociones de poder y autoridad que, en la perspectiva de Gramsci, son vistas como una relación social que se expresa en el Estado: el poder de una clase hegemónica se observa cuando, por un lado, impone significados, valores y modos de comportamiento y, por otro lado, constituye un polo de resistencia a ese hacer creer, hacer aceptar y hacer hacer que implica el ejercicio del poder; asimismo, la autoridad de una clase hegemónica se obtiene cuando ésta tiene la competencia de erigirse como la única válida y modelo a seguir, "capaz de absorver toda la sociedad, asimilándola a su nivel cultural y económico: (con lo que) toda la función del Estado es transformada, (y así) el Estado se convierte en Educador" (Gramsci, 1977: 163).
En este sentido, la hegemonía de una clase no se reduce a operar sólo sobre la estructura económica y la organización política de la sociedad, sino, además, específicamente sobre el modo de pensar, sobre las orientaciones morales y hasta sobre las formas de conocer y de conducirse; por lo tanto, la hegemonía de una clase no sólo es una expresión política y económica, sino que también es un hecho moral e intelectual, una manifestación ético-cultural. De este modo, se concibe a la sociedad como un todo orgánico y unitario, explicado en parte por la base económica y por las relaciones de producción y de cambio, pero no reducible, en absoluto, en su totalidad a la base económica.
La Educación como Proceso Social, Integral y Total
En este orden de ideas, la educación es una política clave en la medida que posibilita y genera consentimiento de agentes sociales "no clasistas", a la vez que articula diferencialmente elementos y procesos de clase; es decir, como un problema que tiene que ver con la lucha por la hegemonía, convirtiéndose ésta en un principio político y una dirección estratégica que fundamenta el problema de la transformación social (Juárez, 1984: 2-3).
Así visto, el análisis de lo educativo implica realizarlo desde una perspectiva global que supere e incluya el ámbito pedagógico, en tanto que la educación aparece como un proceso social total, al ser resultado, en parte, de un conjunto de determinaciones socio-económicas que definen su naturaleza y características y que, al mismo tiempo, influye sobre las condiciones sociales que la determinan y le dan sentido a su quehacer.
Luego entonces, no se trata de reducir la educación, en forma mecánica, a una resultante, ya que es a la vez un factor que contribuye a la definición de cada una de las estructuras y al cambio inherente de los fenómenos y procesos sociales. En tanto fenómeno social, la educación es historia y proceso, que debe ser comprendida en su propia dimensión espacio-temporal, considerando la combinación o tipo de articulación que guarda con los tiempos económico, político y cultural de la formación social en la que históricamente se inscribe.
Esta perspectiva de totalidad en la que se ubica a la educación, conlleva el no reducirla exclusivamente a la educación escolar o formal, sino a reconocer la importante influencia que tiene la educación informal en el proceso de formación de los sujetos. Análisis de totalidad que implica estimar el papel de ambos tipos de educación (formal e informal) en la configuración de una sociedad históricamente definida.
La Socialización como Función de la Educación.
La educación, en los subsistemas formal e informal, tiene como principal papel la de ser un medio de socialización, mediante el cual el sistema social legítima, conserva y garantiza, su existencia. De hecho este papel de socialización se complementa y globaliza con otras funciones que cumple la educación, como son la económica (formación de recursos para el sistema productivo), la cultural (transmisión, producción y cuidado de los bienes y valores culturales que converjan en la identidad nacional), la ideológica (producción y circulación de significados sociales), la política (legitimación del sistema social y su forma de gobierno), y la de integración (a partir de la imposición consensual de modos de vida, tipos de pensamiento y formas de comportamiento, se pretende que todos los miembros de la población compartan una misma visión de la realidad social, de interpretarla y de transformarla).
Esto es, mediante la socialización, las fracciones de la clase hegemónica intentan imponer su ideología -tanto en sus formas teóricas como en las modalidades de conducta social-, sus modos de ver al mundo, sus categorías de pensamiento y los postulados políticos fundamentales que aseguren la reproducción y vigencia de las formas de organización social, acordes con las exigencias económicas, jurídicas e ideológico-culturales del sistema. De tal forma que, la clase hegemónica justifica el papel que cumple en la dirección y dominación no sólo del proceso económico, sino también en la vida política, cultural y social en general, conquistando, además, el consenso de las clases subalternas y la integración de los individuos a la sociedad[1].
Sin embargo, esta función de socialización que tiene la educación, en particular la escuela como institución, no deja de ser heterogénea y contradictoria, sobre todo si tomamos en cuenta a las distintas fracciones de clase y grupos que integran a la sociedad, en tanto que cada una de ellas dispone o está adscrita a diversos procesos educativos, a través de los cuales se sitúa en su historia concreta y transmite su visión del mundo y su cultura a los miembros que las conforman, y que no siempre coinciden con la historia y la cultura dominante y oficial.
[1]. Puesto que se trata de una sociedad clasista y culturalmente heterogénea y contradictoria, la "integración" es parcial, ya que una integración total vía la educación nunca se da; a la par que la educación integra parcialmente, también desintegra o cumple funciones "disruptivas". Al respecto véanse los textos de Henry A. Giroux y el de Peter Heintz señalados en la bibliografía.

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